viernes, 22 de mayo de 2009

Lo vi desnudo

Lo vi. Ahí, sentado, sin ropas, confundiendo su tristeza bajo una lluvia cansada y desanimada. Buscaba refugio, o un precio módico para adquirir vivienda, pero el costo de la vida ha subido tanto… Y qué hambre tenía; se acordaba de aquellos tiempos cuando la comida le caía sobre sus faldas, aquellos tiempos de prosperidad. No lloraba, sería perder algo de lo poco que le quedaba. Vida y llanto, lo único que cargaba en su espíritu.

La gente no lo miraba. Era como inexistente, intangible, inútil. ¿Qué lo hacía diferente a los demás? Quizás sus carencias, la falta de dinero o de belleza concreta. Pudiera ser que no tenía maldad, no poseía una meta de codicia en la vida. Faltándole casi todo, no le temía a la lluvia como el resto del mundo. Las gotas le acordaban que tenía un tacto y que podía sentir. Pensaba, reflexionaba acerca de ese día en el que, sin esperarlo, se quedó sin hogar y sin bienes. Ese fue el día en que el mundo le presentó una eterna luna nueva sin renovar.

Lo vi como abría la boca para atrapar grandes cantidades de aire y agua. Mira al cielo como esperando más lluvia, o más pesares, o más problemas. Me hice tantas preguntas: ¿Cómo llegó a ese estado? ¿Por qué nadie parece notarlo? ¿Cómo sigue con vida? Corrí, agarré una frazada y una sombrilla. Me tomé algo de tiempo para cambiarme la ropa y no estropear la que llevaba puesta con la tormenta. A mitad de camino planifiqué como haría para darle techo mientras se le buscara algo más seguro. Pensé en los riesgos; sabes, es un extraño sobre todo. Fui con calma para no resbalar y asegurar que no se callera nada lo que llevaba a las manos.

Llegué hasta su punto. Estaba cabizbajo con los brazos sosteniendo sus piernas dobladas y la cara guarecida sobre los muslos. Cuando sintió que mi sombrilla detuvo las gotas que caían sobre él, me miró como un animal mira a un hombre por primera vez. No sé quién se impresionó más, si él o yo, pero del susto di par de pasos hacia atrás y la lluvia nuevamente le consolaba. Retomó su posición original sin decir palabra alguna. El corazón me daba vuelcos; debía hacer algo pero no sabía exactamente qué. Pensé en regresar… no, mejor no. Decidí entonces comenzar a hablarle.

-Oye, ¿por qué te quedas inmóvil bajo esta tempestad? Levántate, ven, puedes venir conmigo.

Ningún gesto salió de él. Le hablé nuevamente para tener certeza de que me oyó.

-Mira, no te quedes ahí, te vas a enfermar. Ven a mi casa, estarás seguro allí.

Continuó sin respuesta alguna. Me acordé que llevaba la frazada y me acerque para secarle uno de los brazos con ella. Tan pronto lo hice, estableció contacto visual; esta vez me lanzó una mirada interrogativa, misteriosa. La confrontación que sentí fue muy cargada, por un momento sentí que estaba haciendo algo mal. De las pocas personas que estaban afuera, pasaron unos jóvenes que no dudaron en burlarse de la suerte del desafortunado. Le gritaban estupideces y groserías entorpecidas por la inmadurez. Al otro lado de la calle se oían los enormes sistemas de sonido que varios tenían encendidos para distraer el estruendo de la lluvia. Más abajo una mujer miraba desde un tercer piso como tratando de encontrar el punto fijo en el que su vida abrió puerta a la infelicidad. Cerca de nosotros quedaban algunas botellas de cerveza y bolsas de basura rotas por los perros de la calle.

Le busqué la mirada nuevamente al desamparado. Qué hermoso era, realmente nunca lo había visto por estos lugares. ¿Quién era? Le pregunté si entendía lo que le estaba diciendo. Levantó su brazo y puso su mano sobre una de mis botas, mirándome a la vez. Fue cuando comencé a meditar en todo lo que la sociedad nos enseña acerca del bien y del mal. Según su lógica, este ser sería malo porque solamente tenía infortunio a su alrededor. Algo muy malo debió haber hecho para terminar así. Por otra parte, un buen individuo está rodeado de cosas buenas, o personas buenas. No tiene por qué estar solo y mucho menos desnudo en la calle. Todavía me miraba. Me bajé a su nivel para mirarlo de cerca. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y dolor. Sólo le hice una última pregunta:

-La sociedad se olvidó de ti, ¿verdad?

Con su cabeza, su respuesta fue sí.

Me levante, con furia y coraje, lanzando el paraguas hacia atrás. Allí mismo, también me desnudé de lo que llevaba puesto y me fundí en la lluvia. Me senté al lado de aquél y lo abracé para nunca soltarlo.

Lo vi. Ahí, sentado, sin ropas, estaba el amor confundiendo su tristeza bajo una lluvia cansada y desanimada. Buscaba refugio, o un precio módico para adquirir vivienda, pero el costo de la vida ha subido tanto… y las personas dejaron de darle un precio para valorar los intereses efímeros y superficiales de la vida. Y qué hambre tenía; se acordaba de aquellos tiempos cuando la comida le caía sobre sus faldas; aquellos tiempos de prosperidad cuando los seres humanos se amaban sin tomar en cuenta títulos de profesión o casas extravagantes, trabajos destacados o carros lujosos. No lloraba, sería perder algo de lo poco que le quedaba. Vida, llanto y compasión es lo único que cargaba en su espíritu.

Me encontré el amor desnudo, en su estado más puro y hermoso, tratando de que la gente lo vuelva a mirar y albergar sin las distracciones de este mundo.

1 comentario:

Yaliza dijo...

Verdaderamente impresionante, hermoso. me encanto me transporte e inmediatamente me llene de tristeza pues vemos a diario deambulantes en la carretera y me senti identificada pues pienso lo mismo acerca de los deambulantes son extranos y me pueden hacer mal, en mi interior quisiera acercarme y lo he hecho varias veces pero no siempre. al llegar al final que para poder realizar un acto de misericordia y compasion tenemos que tener amor en nuestro corazon. Dios te bendiga!!!