
Al final, son sólo nombres;
deshumanizados, ladrando.
Los veo en la calle sin dueño,
sin autoridad ni respeto por aquello,
lo que tenían cuando los amé.
Y lo peor es que no tenían nada,
y aún así los amé.
Toda la vida amando vacíos,
queriendo crear universos
dentro de hambres sin fondo.
Soy más mujer hoy, ahora mismo.
Miro al pasado, como si en él
hubiese sabido que me miraba encelada.
Todavía me pregunto cómo pasó,
cómo Dios pudo hacer hombres
de todo el polvo y tierra que adoré,
porque yo no lo logré.
Cuando se ama tanto, así mismo,
se ven mundos cristalizados;
dulces, salados, manoseados.
Se respira sangre de vida
y se muere al escupirla.
Jamás vi a los hombres que sentí.
Objetos de amor, licor testosterónico,
fuego que ardía frente a mí…
frente a mi singularidad
mi sombra y yo nos amamos.
Los recuerdo a todos ahora
con una sonrisa de qué se yo.
El tiempo, la lluvia, los golpea,
les acuerda, les muestra el camino a casa.
El Sol no es eterno concubino.
Cuando se ama tanto, desmedido,
sólo la lluvia moja la sombra.
Y vuelvo a amar.
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