Pensé que yendo a un loquero sería buen remedio para mí; entonces comprendí que no hay amor tan fiel y sincero como el de ustedes, mis lectores, amigos y ángeles. Aquí me presento como feligresa a confesar pecados que no me pertenecen, pero que me perturban a todas horas. Mis pecados tienen sus propios demonios y si creen que sus ojos pueden exorcizarlos al interpretar mis letras, no prosigan sin antes pedirles la bendición.
Hay un dolor que me pesa más que la vida misma. La desconfianza toma la identidad de cada hombre que conozco y no me ha permitido disfrutar de las oportunidades que cada día me trae. Quiero tener una relación sencilla, pero la desconfianza me amedrenta como mujer que se niega a divorciarse.
En otras palabras, he perdido la fe en los hombres. Y es que he conocido tantos de los que no debí conocer, que el “mal conocido” me interrumpe la vía hacia el “bueno por conocer”. Sufro demasiado con este problema porque cuando el parejo me muestra un destello de la imperfección humana, siento que me dijera que no soy lo suficientemente imperfecta para él.
He tenido que terminar sola el camino que muchos hombres iniciaron conmigo. Quizás porque yo lo vi como un “camino” y ellos lo vieron como un “pasamanos”. Cuando decidí que ya no quería seguir en la búsqueda de mi otra mitad, se aparecieron bastantes estrellas prometedoras, pero que como siempre brillaron por su ausencia. No me molesta la soledad, me molesta que los hombres me hagan sentir que la merezco. Confieso el pecado del miedo, siento terror de la imperfección del hombre porque creo que procede así con todos los sentidos de su ego dirigidos hacia mí.
Quizás tenga que ver con la desilusión de mi padre. Sentí que lo perdí hace tanto tiempo por su propia voluntad. No he conocido hombre que haya sabido dar media vuelta de regreso hacia mí, reconociendo sus errores. Muchos se han ido felices con el trofeo por la cagada que me hicieron. Desconozco si existe algo de virilidad en quebrar lo más intangible en una mujer.
Cuando estoy conociendo a alguien y él se ausenta o dice algo que lo ubica distante de mí, siento que es el final de todo. Y me da coraje porque no bien ha comenzado algo cuando ya le veo la cola, la puerta trasera. Veo en un hombre mucha motivación y de repente ya no existe y la frustración se me mete en la cama como amante usurpador.
Entonces es cuando lloro sin razón ni circunstancia; me da ansiedad y rabia, porque se me presenta claramente la película de lo que va a suceder: que el chico se aburrió de mí y por la misma que apareció, se regresó.
Las chicas siempre me dan el mismo consejo: que me vea el valor de mujer y que me merezco más que eso. Los amigos me dan la misma versión: que una gran mujer como yo no debe sufrir esas cosas. Ellos no se dan cuenta que con esas mismas palabras sufro más. Pensar en cuán excepcional puedo ser hace de mis problemas un gran paradigma. Comienzo a cuestionarme: si soy una gran mujer como dicen, entonces ¿por qué me pasan estas cosas? No debería pasar, ¿verdad? Entonces, ¿por qué? Esa última pregunta se pierde en ecos dentro de la cueva en la que se me ha convertido el corazón.
Tengo mucho miedo, amigos. Quisiera poder explicarles la angustia que me da cuando inicio algo con alguien. Siento que tengo todas las de perder, no pregunten por qué. Siento que todo es una mentira y que los hombres se me acercan porque están aburridos con sus vidas. Hoy en el parque, viendo a las parejas abrazarse bajo la sombra de los arboles renacentistas, me cuestionaba por qué no podía ser yo una más bajo un árbol, rodeada por el amor de un muchacho.
Soy de las que quieren con integridad y seguridad. También soy de las que han esperado y les han pasado el turno a otras. Soy de las que le han vendido un producto defectuoso. Soy de las que han buscado y no han hallado; que han esperado y no han recibido, y cuando recibido, no le puede pertenecer.
Tomen un segundo para pensar en mí, por favor. Vean que soy independiente y tengo una carrera profesional en progreso. Pero no tengo con quién salir un viernes, ni con quién pasear un sábado, ni con quién cenar un domingo. Tengo una boca llena de besos expirados y un alma repleta de abrazos almacenados, llenos del polvo de la desilusión.
Escribiendo esto, las ganas de llorar me chantajean. Yo no necesito un hombre, pero su mirada me ha hecho recordar lo rico que es ser humano. Y yo quiero que me digan qué hacer, porque ya no sé. No confió en ellos, siento que se retiran por diversión. Ya me cansé de que suceda, y de esperar a que suceda. Cerrando mi confesión: en el nombre de todo consejo bendito, Amén.
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