lunes, 27 de diciembre de 2010

...y una niña fue la solución


Me la llevé a la playa para honrar ese momento de soledad. Ella sólo miraba los cangrejitos que parecían decirle hola. Sus manitas pequeñas querían anillar las mías, como un símbolo de una perpetua amistad con todas las condiciones y sin ninguna. Después de un rato, las nubes la llamaron para mostrarle su circo geométrico.

Le dije, “Necesito hablar con alguien. Sé que quizás no entiendas la mitad te lo que te contaré pero necesito que me prestes tus oídos por 15 minutos y te los devuelvo, ¿sí?” Ella sonrió, asumiendo el puesto más importante que había tomado a su breve edad. Con la izquierda sobre su cabeza y la derecha sujetándole la cintura, la acerqué a mi corazón para que se pusiera a tono con él. Comencé… con extensas teorías de adultez y problemas irremediables. Sentía que al sujetarla, con ella cargaba el peso de todas mis desilusiones y fracasos.

“…porque Marianita, a veces la gente le gusta hacerle daño a uno. Y yo no soy mejor que nadie, pero hay personas que dicen cosas feas de mí y eso me duele mucho. Yo creo que soy buena, ¿verdad? Hay muchas cosas que no entiendo, quiero solucionarlo todo pero tengo tantas dudas. Me siento perdida y necesito ayuda. No sé a quién acudir”. Marianita sólo jugaba con mi cabello, con una sonrisa inquisitiva. “Por las noches me siento tan triste, no tengo amigos nena, siempre llamo por teléfono pero no consigo a nadie. Sabes, me siento sola cuando te vas a la escuela. Yo sé que estás bien y que eres muy buena con todos tus amiguitos. A veces no tengo ganas de hacer nada…”

Ese mar… dándole sonido de trasfondo a mi drama. A la vez pensaba en ese gran error de contarle a mi niña mis situaciones irónicas y sin sentido. Su mentecita tan sencilla y pura; realmente no era necesario exponerla a lo que en su tiempo tendrá que debatir ella sola. Pero ya las lágrimas me hacían carrera una contra otra, y no sentían vergüenza alguna para salir ante aquel regalito de la vida que era lo único que tenía. Meciéndola, sentía que su aureola me enternecía. Hay algo en los niños que nos hace olvidar la guerra y el espanto de la muerte. Marianita miraba sus sandalias; las movía como diciendo que sus pasos eran más grandes que la suela que llevaba. Nunca la había visto tan callada. ¿La ofendí con mis lágrimas? “Marianita, nada de esto es tu culpa, corazón. Tengo muchos problemitas, pero tú eres más grande que todos ellos. Sólo necesito más tiempo para pensar en soluciones. Ya verás que todo saldrá bien y luego comeremos helado y jugaremos con el perro. Hasta una novia le conseguiremos pa’ que no se sienta solito”. Pero ella no levantaba la vista. Ahora miraba su faldita de colores pasteles y la doblaba y desdoblaba imitando a las olas. No debí hacer esto, pensé. La mentalidad tan frágil de mi nena acaba de ser acosada, y ya que me sentía mal, ahora me siento peor. Uno por hacer las cosas bien y siempre sale dañándolas. Tengo que compensar esta molestia que le he provocado. ¿Por qué no pude quedarme en casa y encerrarme en el cuarto a recriminarme como siempre lo hago, y dejarla a ella tranquila con sus imágenes de mundo utópico sin estropear?

Con un cargo de conciencia del tamaño de mi angustia, terminé mi monólogo y contemplé el cielo en busca de alguna estrella diurna; algo que me maravillase en esta vida desmaravillada. El silencio me ahogó y por más que quise mirar a Marianita, tuve que evadirla para no descargar mis pensamientos sobre su gentileza. Vi aves que medían el aire de diestra a siniestra. También algunos barcos que parecían adueñarse del horizonte. Y con un último suspiro, recosté mi cabeza sobre la suya.

Cuando me levantaba para regresar al mundo real, Marianita me echó los brazos sobre los hombros y me dijo “Mamá, tú necesitas jugar más con tu sombra”.

lunes, 18 de octubre de 2010

Carta a un pobre diablo aristocrático


Estimado distinguido:

Como usted nunca leerá esta carta, me daré la libertad de expresarme como me dé la gana, siendo yo la autora y la primera lectora de la misma. ¿Por qué me dirijo a ud., destinatario imposible? Bueno, porque su posición de poder y fama lo alejan increíblemente de mí y de todos los que somos humanos. Ud. ha generado en mí los más tormentosos sentimientos; desde una lenta agonía hasta un coraje iracundo. Me sorprende que tenga ese dominio de mis emociones, puesto que ud. no es nadie en mi vida, ni tan siquiera me ha hablado una sola vez.

En estos días, ni tan siquiera mi madre tiene poder suficiente para decidir cuándo debo o puedo hacer algo. Sin embargo, teniendo yo un deseo desmedido por regresar a mi matriz isleña, ud. se sintió con más poder que razonamiento y se paró en frente de mis planes para interrumpirlos como Dios que se cree. Hace 2 años que no he podido respirar aire boricua por múltiples razones; entre las más importantes está la de trabajar con un sueldo miserable para una institución que cree más en los negocios que en las lenguas, al igual que ud. Llegué a esta ciudad sólo con el propósito de darle honra a mi raza y mi escasa familia; yo soy de las tantas que necesita pelear por obtener la dignidad que la Madre Sociedad no nos quiso otorgar en la niñez. Y aún así, no merezco oportunidades porque soy una simple e insignificante empleada barata ante sus aristocráticos ojos.

¿Por qué hacer que ud. lea esta carta? Las personas que viven en condominios junto con Zeus y Tritón no entienden de nostalgias ni situaciones que no pueden resolverse con dinero. Ud. vaya y vuelva a casa todas las veces que desee, no dejará de ser quien es ni le quitarán de la billetera el cementerio de presidents estadounidenses a un muerto más o uno menos. Yo, aun con mis restricciones, prefiero recordar que salí de un barrio en el que la droga, la deserción escolar y el crimen pasaron a mi diestra y siniestra, pero que luego en mi vida comprendí que los Salmos hablaban de nosotros y no de gentes como ustedes. Yo soy barrio, no me averguenzo, y también soy una jíbara. Soy de las que cree en el sereno y en beber café prieto en un coco. Yo tosté café con mi abuelo y guayé guineos para hacer pasteles también. Yo comí panapenes y bacalao; jamás lo cambiaría por un postre de $20.00 de los que ud. usa para darse un baño. Y este barrio en las entrañas de mi conocimiento no le molesta tanto que ud. tenga poder, porque de donde yo vengo, la política y los desperdicios humanos son amantes. Lo que me da coraje es que ud. ni sepa lo que significa ser humilde, ni mucho menos reconocerlo.

Ud. no me quiso dar una oportunidad; está bien. A mí me duele, pero cuando yo termine con mi carrera, ud. se va a tener que sentar en la fila de atrás con aquellos personajes que un día me leyeron al revés. Para ud. lo que está escrito en un panfleto susceptible al fuego y las críticas vale más que lo que el alma me pide. Ser humano no es fácil, pero prefiero ser de carne y hueso que ser de dólares y lujos. Las herencias concretas los buitres se las reparten, pero lo que yo deje en este mundo sólo los de mente fructífera podrán repartir y apreciar.

Ud. no me conoce. Y sepa que no me interesa que me conozca. Continuaré siendo un punto en esta institución, porque sin puntos no hay oraciones completas. Yo voy a completer lo que trató de interrumpir. Ud. no va a durar para siempre, ni su bolsillo tampoco. Sí, vaya a su casa, viaje (porque ud. puede), bese a su familia y comparta con ella. Antes de abrir los regalos o de celebrar el año Nuevo, recuerde decirle a su familia que heroicamente ud. se le atravezó a una puertorriqueña para que no pudiera compartir con su mamá ni con sus seres queridos. Y siéntase orgulloso cuando lo haga, porque será la última vez que ud. haga algo que obtendrá el resultado deseado en mí.

¡Qué pobreza de espíritu! Parto de ud., no quiero que, hablándole y escribiéndole, le preste la atención que yo nunca mendigaría de ud. Y por favor, déjeme en paz y váyase donde su respingada nariz le conduzca. Me retiro a hacer penitencias mentales por dedicarle 20 minutos a un hereje de la santa Humanidad.

sábado, 29 de mayo de 2010

Nosotros vs. el otro


Ahí va… exponiéndose, deslizándose desde el punto impermisible de nuestro control, de nuestra visión ampliada. Se vincula sin discriminación, o quizás con ella, pero no es compatible con la de nosotros. No sabemos, siempre hay algo que no sabemos de ellos. Porque son los otros, seres que inmediatamente desposeemos de nuestro cerco inmediato y ubicamos bajo otras características existenciales. Ajenos a nosotros, son dueños de lo que no precisamos conquistar a ojo visor o sentido sensato, pero ellos sí lo ambicionan. Ellos y nosotros no somos iguales.

Sin embargo, para hacer un símbolo de igualdad, se requieren de dos líneas paralelas una sobre la otra. ¿Cuál es la de ellos, cuál la de nosotros? Quién sabe. No estamos, entonces, tan alejados de ellos como parece, o como quisiéramos. Los otros son nuestros homólogos, al menos en algún nivel tabuísitco. Están tan cerca, toman la forma de nuestra sombra y se nos sientan al lado precisamente cuando nos obligamos a mirar la luz cegadora de la individualidad. Estarán eternamente destinados a ser irreconocibles en lo reconocible, la voz que llegó a ti pero que no es tuya, pero que no tiene porque ser tuya o de algo tuyo. Siempre habrán cosas que no admitiremos de nuestro ser; ahí entra en juego el otro.

¿Quién es el otro, sino un reflejo de nosotros mismos? Es una de nuestras personas, porque tampoco somos una sola. La diferencia que le vemos es sólo aquello que enajenamos de nosotros. Lo que escondemos, cubrimos por falta de cabida en nuestra existencia. Ese bagaje se lo echamos sobre los hombros al otro, al desconocido, extraño, extranjero foráneo; pedazo de nosotros que nos negamos a bautizar y auxiliar bajo nuestro razonamiento. ¿Cómo explicar el constante romance que tenemos con él? Nos fascina el otro, aquel que nunca se ajustará aquí, ese que nos obliga a trazar líneas, que en su mayoría serán transgredidas y manoseadas por la obsesión sensual; ese nos magnetiza. Interesante como sólo las palabras son las que definen los confines entre nos.

Si esto no fuera cierto, ¿por qué nos afecta la muerte de alguien si no es la nuestra? Simple: el fenecido se llevó algo nuestro irrecuperable. O por ejemplo, ¿por qué decirle eres “mío” o “mía” a una pareja si no tiene un certificado de pertenencia? Fácil es explicar que hallamos algo nuestro en el otro, o comenzamos a admitir algo nuestro que poza sobre él. Enamorarse no es más que reclamar lo propio en otra persona, y nutrirlo sin arrancarlo del otro; porque en fin no sería lo mismo sin la matriz del extraño. Pronombres como “mi, nuestro” implican una porción de nuestro espíritu en otro ser. Por eso el dolor de la separación, las discusiones o las palabras denigrantes; es la muestra por excelencia del masoquismo individual. Consejo sabio ha sido el de “no tomar nada personal”, pues cada acción dirigida violentamente hacia nosotros, solo ha sido mal dirigida hacia el reflejo del otro o viceversa.

El extraño es la extensión desconocida de nuestra existencia, pero si lo llegáramos a conocer, dejaría de ser extraño. Y mientras seamos deshonestos con nosotros mismos, siempre habrán excluídos en nuestro mundo, en la historia y en el universo. ¿Por qué es que los académicos en estos días se han preocupado más acerca de quién escribe o reescribe la historia? Porque aparentemente es de humanos manifestar sólo aquello que podemos defender. El otro no es la amenaza; realmente lo es nuestra locura de enterrar las múltiples personas que viven en nuestro interior. Lo que el externo no puede hacer por nosotros es convencernos de que no somos enteramente lo que conocemos de nosotros. Ese es nuestro trabajo.

El otro es lo que no queremos admitir de nosotros. Sin embargo es imprescindible para la definición de nuestro ego y de la vida. Siempre queremos ser como él de alguna manera y eso no está mal cuando entendemos que todos llegamos aquí mediante la misma fuente de vida. Somos lo mismo al principio y al final, pero no en el intermedio. ¿Entienden por qué debemos amar a los demás como a nosotros mismos? Es por eso. Por lo mismo que el que nos odia, lo hace como consigo mismo, nos golpea como a sí mismo. Lo único fijo en esta existencia es una silla puesta entre nosotros y ellos, en el que todos los que sobrevivimos en este mundo de identidades nos sentaremos, sea al amanecer o el anochecer.

sábado, 3 de abril de 2010

Confesión


Pensé que yendo a un loquero sería buen remedio para mí; entonces comprendí que no hay amor tan fiel y sincero como el de ustedes, mis lectores, amigos y ángeles. Aquí me presento como feligresa a confesar pecados que no me pertenecen, pero que me perturban a todas horas. Mis pecados tienen sus propios demonios y si creen que sus ojos pueden exorcizarlos al interpretar mis letras, no prosigan sin antes pedirles la bendición.

Hay un dolor que me pesa más que la vida misma. La desconfianza toma la identidad de cada hombre que conozco y no me ha permitido disfrutar de las oportunidades que cada día me trae. Quiero tener una relación sencilla, pero la desconfianza me amedrenta como mujer que se niega a divorciarse.

En otras palabras, he perdido la fe en los hombres. Y es que he conocido tantos de los que no debí conocer, que el “mal conocido” me interrumpe la vía hacia el “bueno por conocer”. Sufro demasiado con este problema porque cuando el parejo me muestra un destello de la imperfección humana, siento que me dijera que no soy lo suficientemente imperfecta para él.

He tenido que terminar sola el camino que muchos hombres iniciaron conmigo. Quizás porque yo lo vi como un “camino” y ellos lo vieron como un “pasamanos”. Cuando decidí que ya no quería seguir en la búsqueda de mi otra mitad, se aparecieron bastantes estrellas prometedoras, pero que como siempre brillaron por su ausencia. No me molesta la soledad, me molesta que los hombres me hagan sentir que la merezco. Confieso el pecado del miedo, siento terror de la imperfección del hombre porque creo que procede así con todos los sentidos de su ego dirigidos hacia mí.

Quizás tenga que ver con la desilusión de mi padre. Sentí que lo perdí hace tanto tiempo por su propia voluntad. No he conocido hombre que haya sabido dar media vuelta de regreso hacia mí, reconociendo sus errores. Muchos se han ido felices con el trofeo por la cagada que me hicieron. Desconozco si existe algo de virilidad en quebrar lo más intangible en una mujer.

Cuando estoy conociendo a alguien y él se ausenta o dice algo que lo ubica distante de mí, siento que es el final de todo. Y me da coraje porque no bien ha comenzado algo cuando ya le veo la cola, la puerta trasera. Veo en un hombre mucha motivación y de repente ya no existe y la frustración se me mete en la cama como amante usurpador.

Entonces es cuando lloro sin razón ni circunstancia; me da ansiedad y rabia, porque se me presenta claramente la película de lo que va a suceder: que el chico se aburrió de mí y por la misma que apareció, se regresó.

Las chicas siempre me dan el mismo consejo: que me vea el valor de mujer y que me merezco más que eso. Los amigos me dan la misma versión: que una gran mujer como yo no debe sufrir esas cosas. Ellos no se dan cuenta que con esas mismas palabras sufro más. Pensar en cuán excepcional puedo ser hace de mis problemas un gran paradigma. Comienzo a cuestionarme: si soy una gran mujer como dicen, entonces ¿por qué me pasan estas cosas? No debería pasar, ¿verdad? Entonces, ¿por qué? Esa última pregunta se pierde en ecos dentro de la cueva en la que se me ha convertido el corazón.

Tengo mucho miedo, amigos. Quisiera poder explicarles la angustia que me da cuando inicio algo con alguien. Siento que tengo todas las de perder, no pregunten por qué. Siento que todo es una mentira y que los hombres se me acercan porque están aburridos con sus vidas. Hoy en el parque, viendo a las parejas abrazarse bajo la sombra de los arboles renacentistas, me cuestionaba por qué no podía ser yo una más bajo un árbol, rodeada por el amor de un muchacho.

Soy de las que quieren con integridad y seguridad. También soy de las que han esperado y les han pasado el turno a otras. Soy de las que le han vendido un producto defectuoso. Soy de las que han buscado y no han hallado; que han esperado y no han recibido, y cuando recibido, no le puede pertenecer.

Tomen un segundo para pensar en mí, por favor. Vean que soy independiente y tengo una carrera profesional en progreso. Pero no tengo con quién salir un viernes, ni con quién pasear un sábado, ni con quién cenar un domingo. Tengo una boca llena de besos expirados y un alma repleta de abrazos almacenados, llenos del polvo de la desilusión.

Escribiendo esto, las ganas de llorar me chantajean. Yo no necesito un hombre, pero su mirada me ha hecho recordar lo rico que es ser humano. Y yo quiero que me digan qué hacer, porque ya no sé. No confió en ellos, siento que se retiran por diversión. Ya me cansé de que suceda, y de esperar a que suceda. Cerrando mi confesión: en el nombre de todo consejo bendito, Amén.